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domingo, 25 de octubre de 2015

Crítica de Cine: It Follows (2014)

Así no hay quien viva

Con la muerte en los talones, por no utilizar condones.
La premisa de It Follow es tan simple como que a Jay, su novio le pasa una especie de maldición al beneficiársela a sabiendas de que lo hacía (eso es amor). Esta situación en la que se ve involucrada la protagonista, que en vez de situación, podríamos catalogarlo sin ningún tipo de inconveniente como putada con todas las de la ley, consiste en que un ente (llamémoslo así), que camina pausadamente y cambia de aspecto como Barney en pleno apogeo, la sigue allá por donde va incansablemente. Pero la persigue para matarla, no para preguntarle donde está la calle Castilla o invitarle a unas copichuelas, aclaro, por si acaso. A esto hay que añadirle que sólo puede verlo ella en cuestión, y que al graciosete le gusta adoptar la forma de familiares o amigos entre otros, es decir, una perfecta máquina de matar sin prisa, pero sin pausa. Hasta que ella no se zumbe a otro individuo para desprenderse de la maldición, tendrá que seguir con un ojo detrás y otro delante. A mí de principio, con estas cartas sobre la mesa se me vino a la cabeza el delirante corto del asesino de la cuchara, pueden parecer ridículos ambos antagonistas, pero al final la tortuga ganó a la liebre.

Imagínate la tensión que guarda la película en si, el acongoje de no saber si cualquiera de las personas que aparecen en segundo plano en cualquiera de las imágenes es un "buenagente" que pasea tranquilamente, o uno de estos seres caminantes capaz de dejar a Jay seca como el tequila. Es esta dirección la que el director quiere potenciar y mejor aún, consigue, gracias a la pausa que acentúa, sin que la propia palabra pausa o lentitud de las imágenes sea un lastre para la cinta.
David Robert Mitchell se agarra firmemente a la baza de dejar fluir los planos y yo lo celebro, porque este tío tiene talento para crear imágenes. En su película se nota un regocijo por lo que está grabando; el mantener siempre la cámara con un leve movimiento consigue sumergirte en cada paraje desde el mismo —y fabuloso— prólogo, flotando cual pajarillo cotilla que vigila el vecindario. Nos ofrece colarnos indiscretamente en la casa de Amy, que desprende un peculiar aroma ochentero, impulsado por notas musicales puntuales a base de sintetizadores. En los momento que cierra los encuadres, son para exprimir el jugo que ofrece la premisa de los caminantes antes comentada; nunca sabes que es lo que puede aparecer en el siguiente plano, por lo que el director tiene una carta ganadora bajo la manga durante casi todo el metraje. Y para apuntillar este estilo, evita en todo momento un montaje tosco con cortes molestos que arruinen la experiencia tensa que está ofreciendo.

Mientras que el grupo se toma un respiro y echa un rato la mar de apañado en la playa, el cachondo del director deja a Jay medio dormida, mientras que al fondo del plano una figura se acerca tranquilamente. La cosa se complica como era de esperar siendo aquí cuando los amigos de la rubia descubren realmente lo que le acecha, ésta consigue escapar y desde dentro del coche podemos disfrutar un tiro de cámara adrenalínico. Muy completita la escena.

En cuanto al comportamiento de la pandilla de amigotes hay matices que chocan, como que no pidan ayuda a sus padres, como si estos no existiesen, toman la decisión de solucionar el problema por su cuenta sabiendo supongo, que nadie en su sano juicio les creería. Los dos chavales que ayudan a Jay piensan más con la cabeza de abajo que con la de arriba y me parece totalmente comprensible, ya que soy de los que opinan que hasta que no te pasa algo personalmente no hay que creerse de la misa la mitad, aunque a estas criaturitas la jugada les salga rana. Y por último está Maika Monroe, que desata un río de emociones en su personaje con solvencia, capaz de pasar del terror en su más estado puro inicial al egoísmo, pasando por el cansancio extremo y llegando finalmente, y siendo esta la parte que más disfruto de su actuación, a una frialdad congelante ante la muerte de la que sabe que no puede escapar.
Bueno, después de todas las alabanzas que os contado de la película y su director, va el juanbreva y no remata la faena. En el acto final, Mitchell se hace la picha un lío rompiendo con todas las directrices de su estilo visual que yo tanto celebro como forofo de los directores que cuecen sus planos a fuego lento. La escena de la piscina tiene ingredientes para ilusionar; la ambientación coge forma con la aparición de la lluvia, la utilización de planos cerrados para acrecentar la sensación de desasosiego abriéndolos posteriormente en los momentos justos para no saturar, funcionan. Pero es que la idea que tienen para terminar con la maldición es un sin sentido de mucho cuidado, no hay por donde cogerla y claro me quedo a rayas y cuadros frente a la pantalla preguntándome por qué coño ha tomado este camino pedregoso para finalizar la película. Y llegados a este punto, pasándome esta situación ya con muchas películas a lo largo de los años y tal y cual, puedo decir con seguridad que me parecen más satisfactorias las que van de menos a más, enganchándote poco a poco y dejándote finalmente arriba, que las que empiezan arrollando con todo y acaban desmoronándose en el último tercio, el poso que deja un buen final es impagable. Una pena.

No busquéis aquí una película de terror en el sentido estricto de la palabra, aunque eso no le impida conseguir sacarme dos repullos en la butaca importantes, lo que predomina ante todo es una elevación de tensión a base de insinuar hasta extenuar, que alcanza cotas importantes, pero que se despeña con un tramo final absurdo, incapaz de hacerle honor a la hora y pico que le precedía. It Follows tiene el honor de ser "Impezonante". 7.



















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